Te escribo esta carta para esos momentos en los que nos enfadamos, cada uno con nosotros mismos, y nos comen nuestros monstruos. Para recordarte que estoy siempre contigo, aquí. Para decirte que sé quién eres, que nos quedan mil tempestades, y no pienso perderme ni una si es a tu lado.
Te escribo porque sé que después de sentirnos mal, pensando que hemos herido al otro, cuando solo nos autolaceramos, no sabremos como hablar claro. Y tendremos ese miedo que nos entra siempre, por querer ser mejores para el otro.
Para decirte que te quiero así, que ya eres todo lo que podría desear, perfecto.
Decirte que aunque discutamos y nos enfademos, no cambio mi vida contigo por nada. Que te quiero, joder. Y me gustaría no tener esos días malos, no asustarme con todo. Me gustaría no estar nunca huraña o poder hacer que entiendas lo que siento, con solo mirarte. Pero no puedo. Soy falible, y soy torpe, y soy borde cuando estoy cansada, y no sé ocultar nunca cuando algo me pasa.
Sé que no siempre he estado ahí, y puede que haya ocasiones en las que haga tanto frío que parezca que estamos lejos, pero no voy a soltar tu mano nunca.
Pasarán mil tempestades, amor, pero nosotros ya sobrevivimos a lo peor: no tener a qué agarrarse.
Y luego nos encontramos.
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