miércoles, 29 de enero de 2014

carta para después de mil tempestades

Te escribo esta carta para después de mil tempestades, porque, créeme, amor, que discutiremos por tonterías el resto de nuestras vidas; y merecerá la pena solo por esas reconciliaciones de sinceridad y tus ojos.
Te escribo esta carta para esos momentos en los que nos enfadamos, cada uno con nosotros mismos, y nos comen nuestros monstruos. Para recordarte que estoy siempre contigo, aquí. Para decirte que sé quién eres, que nos quedan mil tempestades, y no pienso perderme ni una si es a tu lado.
Te escribo porque sé que después de sentirnos mal, pensando que hemos herido al otro, cuando solo nos autolaceramos, no sabremos como hablar claro. Y tendremos ese miedo que nos entra siempre, por querer ser mejores para el otro.
Para decirte que te quiero así, que ya eres todo lo que podría desear, perfecto.
Decirte que aunque discutamos y nos enfademos, no cambio mi vida contigo por nada. Que te quiero, joder. Y me gustaría no tener esos días malos, no asustarme con todo. Me gustaría no estar nunca huraña o poder hacer que entiendas lo que siento, con solo mirarte. Pero no puedo. Soy falible, y soy torpe, y soy borde cuando estoy cansada, y no sé ocultar nunca cuando algo me pasa.
Sé que no siempre he estado ahí, y puede que haya ocasiones en las que haga tanto frío que parezca que estamos lejos, pero no voy a soltar tu mano nunca.
Pasarán mil tempestades, amor, pero nosotros ya sobrevivimos a lo peor: no tener a qué agarrarse.
Y luego nos encontramos.



El niño y el diablo

Me gusta el niño.
El niño hace música,
el niño escribe,
el niño juega
y, sobre todo,
el niño ríe.

A veces el niño se sienta en la ventana
a ver la gente pasar.
Entonces no habla,
y parece que ha envejecido cien años
y ya es de esos adultos de piedra.
Pero siempre baja,
y cuando lo hace,
el niño vuelve a ser un niño
y su piedra no está golpeada por cien martillos.

Y es que a veces el niño se encuentra al diablo.
No es que el primero se haya perdido,
es que el segundo lo estaba buscando.
Y entonces se lo lleva.

Bajan juntos trescientos peldaños.
Se apagan las luces
y solo se escuchan gritos en la oscuridad.

Y yo voy detrás, a buscarlo,
pero tengo más miedo que él.
Me echo a llorar en mitad de su noche.
Me siento inútil. Me callo.
Intento parar el llanto.

Al final siempre es el niño el que coge mi mano.
El diablo no está.
Y subimos, escalón a escalón,
de vuelta a la luz.

El niño, que parece un adulto,
baja de la ventana.
Y se queda conmigo, me abraza.
Sonríe y me habla.


Hoy el niño ha bajado de la ventana,
y no ha hablado.




Quizás ya sabe, 
que yo soy el diablo.



martes, 28 de enero de 2014

far

Me perdí en un sueño y al despertar seguía teniendo esa sensación funeraria.
El cielo estuvo gris todo el día.
Yo, en mi ficción, había levantado un muro real y ahora no sabía
como hacer llegar mi voz al otro lado.

Por favor, me he quedado encerrada.
Que alguien me venga a rescatar.


Pero a veces las fortalezas involuntarias se vuelven irónicas,
lacerantes.
Resistentes.

Levanté un muro para alejar las pesadillas
y me quedé dentro,
sin salida.
Encerrada entre las sombras de las que huía.

Levanté un muro tan alto que el invierno ni llegó
ni se fue.

Pero a veces no se trata de ser salvados, sino de salvarse.
De derrumbar estos muros que dan, pared con pared,
a tus muros.
De correr los dos, fuera de estos días,
fuera de mis silencios,
heridas.

Del momento de rabia y rebelión
en el que decidimos
que nada era el destino.
Y romper nuestras cadenas
o morir en el intento.

y, de ser lo segundo,
ojalá sea un intento que dure toda la eternidad.




Porque sé que no siempre me porto bien,
ni estoy ahí.
Porque sé que a veces parece que estoy muy lejos.
Y solo quiero gritar que necesito una mano
que me ate a esta tierra y a este cielo.
Pero no tengo voz,
porque me perdí y no sé volver en ese momento.
Pongo tu música, así te llamo,
y no puedo más que esperar
que seas capaz de leerme el corazón.

domingo, 26 de enero de 2014

Mi corazón, que lo perdí en un mes de mayo

Después de la devastación, en mitad de las ruinas y con la cara manchada, pensé cómo podría quedar nada.
Me miré la herida del pecho en la que había intentado meter todos los personajes de cuento,
deshechos.
Era el camino equivocado. Y lo que creí la sombra del tejo no era más que aliento
de noches de invierno.
Poco a poco las flores congeladas fueron despertando
y no pudieron aguantar más.
Se murieron sobre sus charcos de marzo
y bajo sus cielos blancos.

Después de mil veces hecho adulto, el corazón, seguía mirando en dirección contraria.
Y yo nunca había tenido alas,
ni siquiera pies, para ir tan lejos como para huir del frío y sus casas viejas y vacías.
Me arrastré por el barro para ver si encontraba las semillas del árbol
mil veces sagrado.
Y solo encontré espinas y piedras; por ahí ya había pasado
y había vomitado la vida.
Buscaba un color concreto,
ese dorado del cielo, las últimas tardes de frío.
Buscaba caer y morir en las luces de un mes de mayo.
Se devorada por flores y sol.

Porque, a veces, después del fuego y las ruinas,
de los gritos de pechos adentro,
¿como volver a atreverse a nada?
¿Cómo poder creer en nada más allá de la realidad y sus sábanas heladas,
y sus cielos grises y mudos?

Y entonces, después de tenderme en el suelo y dejar que todos me confundiesen con sus baldosas amarillas. Llegaste tú, con tu sol de las tardes de primavera.
Con tus noches cálidas y tus cielos llenos de estrellas.
Sin saberlo,
sin tener ni idea.
Llegaste tú con tu cama y tu mes de mayo, con tu forma de mirar y de verme.
Llegaste y yo solo podía echarme a llorar.
Como se llora después de mucho tiempo sin ver el mar. Como sobrecoge el cielo
preñado de estrellas y tanta vida no se puede abarcar.
Como se llora después de mucho tiempo sin ver el mar, supe que venía de ahí
de algún lugar que brama y golpea la roca,
de algún lugar del color de tus ojos.

Llegaste tú robándome los escombros en un mes de mayo.
Usando mis piedras para construir muros. Haciéndome un hueco entre tus papeles,
y tus pesadillas inominadas.
Dándome una cama, una charla, una vida, un alma.
Llegaste tú, y tu maldito sol de mayo,
sembrándome el espíritu resquebrajado
del dorado del cielo, en las tardes de primavera.
Con ese calor y frío. Y esas noches de verano.
Llegaste obligándome a seguir. Legándome tu camino. Dándome las llaves de tu casa.
Y jurando que te extinguías.

Llegaste como el rayo que se pierde:
Querías salvarme y no tenías pensado sobrevivir.
Pero hiciste vida de mis ruinas,
recogiste mi corazón y dibujaste plumas sobre sus huecos.
Yo no alcé el vuelo,
y tú sobreviviste a tu infierno.

Así de simple.

Tenía mi armadura de plumas
y tu sol de primavera.
Tu casa, tu voz.
Tus sonrisas, siempre, al principio, tan estrechas.
Te tenía a ti, diciendo que mis cicatrices no eran feas.

Y ahora miro hacia atrás,
a cuando pensaba qué quedaba, después de las ruinas y el miedo,
y tengo esas ganas de llorar
del que se reencuentra con su mar tras muchos viajes de corazón roto,
del que, en mitad de su abril, llega a otro puerto, y le golpea en el pecho
la luz
de las tardes de la primavera.








sábado, 18 de enero de 2014

Centinela

Tengo nidos enredados en el pelo. Y alambre de espino en la cintura.
Solo tu mano es el fuego en la noche.
El alba en las olas.

El final del camino,
herido.
Pasillos de suelos de madera vieja.
Y solo tus ojos
son la voz entre los truenos.

La sangre que brama
y los pensamientos negros.
Arrastrar el cuerpo y
sus pecados.
Y solo tu piel es el agua que mece.

Porque tengo miedo a las alturas.
Y barro  en las rodillas, de rezar
en el campo de batalla.

Tengo manos que tantean mi terreno. Y ganas de escapar por la ventana.
Pero solo tú eres luz en mis gritos,
beso en mis cadena,
centinela.

Y vida en lugar de abismo.

martes, 14 de enero de 2014

Y es lo más alto que se puede sentir

Me preguntas por qué y yo no tengo palabras.
Te podría decir que es por la forma que tienes que mirarme.
O de mirar el mundo que te rodea.
Porque tienes ese honor que solo tienen los códigos de los guerreros.
O porque a tu lado siento que no puede pasarme nada.
Te diría que es porque hablas conmigo durante horas,
o me haces reír.
Porque me gustan tus manos, tus ojos, tu voz
y todo lo que hay en ti.
Pero aún así no tendría palabras.
Porque ninguno de estos se acerca al porqué que yo quiero expresar.
Porque me llenas los días de esta paz,
y te adentras en mis habitaciones oscuras,
de las que ni me atrevo a hablar.
Por la forma que tienes de llamarme
cariño.
Que hace que me sienta más tuyas que de las garras
de mi infierno.
Porque me has dado un hogar
y nunca más estarás solo.
Porque crees en la persona que soy,
y me haces mejor.




viernes, 10 de enero de 2014

Mi familia

Dicen que a la familia no se la elige. Y supongo que tienen razón. 
No puedes elegir cuando alguien va a irrumpir en tu vida,
poniéndolo todo del revés,
desenterrando las cenizas de los sueños,
dándoles forma.

Dicen que a la familia no se la elige, y tienen razón,
porque no puedes elegir cuándo esa persona va a entrar en tu vida
cuándo va a derribar todos tus muros y tus inviernos
para traerte el sol todos los días.

No, desde luego no puedes elegir
a esa persona que será, a partir de ahora,
lo mejor.

No pude elegir,
porque apareciste cuando parecía que no quedaba esperanza
y te convertiste en mi familia
y mi vida.



domingo, 5 de enero de 2014

No lo intentes, hazlo.

Supongo que lo que me pasa es que se me da mal echar de menos. Me entra miedo, me siento vulnerable. Y escondo la cabeza. Al final me da miedo estar siempre así; ser tan débil que tengan que cargar siempre conmigo. No me gusta ser la persona que soy cuando me atacan los domingos. Y me cierro porque no quiero ser la que siempre quiebra. Me alejo y veo cómo la vida sigue desde mi agujero, sin mí. Y eso solo hace que vaya a peor...
Yo sé que debería echarle valor a mi vida, sé que demuestro fatal lo que llevo dentro. Sé que parece que desconfío cuando en verdad solo estamos hablando de frío. Y de que sé que si te pierdo, no habrá nada más entre yo y el abismo. Y me conozco lo suficiente como para saber que saboteo todo lo bueno. No sé, no me gusta ser tan vulnerable, simplemente porque no quiero que nadie tenga que cargar tanto conmigo, no quiero ser el sentimiento amargo y de derrota en la vida de quien quiero. 
Disfruto lo que tengo, pero cuanto más lejos estoy, más alto se escucha la voz. Y me dice que no tengo nada más que ofrecer que celos, y días que nunca son mi día, y esta continua enfermedad que no se cura y no sé cómo hacer para dejar de llorar, la mayoría de las veces.
Entiendo lo que te hago sentir, entiendo lo que parece desde fuera. Y me agarro a la luz que me das. Y vuelven las voces, diciendo que me estoy colgando y que, como siempre, haré cenizas de lo bueno que tengo. Solo que esta vez esa no es la alternativa. No puedo sabotear esto, no puedo perderlo. No puedo después de tanto, de haberlo encontrado. Tengo que hacerlo bien, tengo que soltar y dejarme llevar. Y cada vez que fallo tengo fuego en la frente y en el pecho. Y lo siento. Supongo que no se me da bien demostrar las cosas, supongo que no se me da bien vivir conmigo misma. Lo intento, de verdad que lo intento. Debería ser valiente, y pedir un "te quiero" en lugar de llorar en silencio. Debería ser valiente, y hablar más claro. Debería hacer más en lugar de intentarlo.
Supongo que no se me da bien demostrar las cosas, y entro en pánico, y me caigo. Supongo que no sé que hacer con algo tan grande. No estaba preparada para ser feliz después de tanto tiempo a oscuras.
Y de nada sirve que sienta o diga, si no soy capaz de demostrarlo. Así que es tiempo de batallas en solitario; que todos tenemos nuestro monstruo y el mío me devuelve la mirada en el espejo.




rise

Íbamos a quemar hasta los cimientos.
No necesitábamos a nadie,
hasta tal punto,
que nos sobrábamos a nosotros mismos.
Decíamos que nos comeríamos el mundo
cuando, en realidad, queríamos decir
que ojalá nos tragase, de una vez,
el mar y sus abismos.
Alguien a quien amar
siempre sería una debilidad.
Decíamos que lastre en el camino.
Abríamos mucho la boca,
gritábamos al cielo
y llorábamos a la ventana
siempre blanca
junto a nuestra cama helada.
Jurábamos que se dormía bien solos,
pero yo te he buscado en cada esquina
de mil camas.
Así que supongo que,
en nuestra carrera hacia el precipicio,
chocamos
y sangramos.
Caímos heridos al suelo y ahí abajo
nos fuimos curando,
nos lamimos las heridas
el uno al otro.
Y nos quedamos sentados, hablando.
Chocamos y sangramos,
y nos dolió el golpe del otro
siempre más que el propio.
Nos abrazamos
en ese momento
en el que nuestras piernas
temblaban demasiado
como para seguir luchando.
Íbamos en llamas hacia nuestro viaje final,
creíamos saberlo todo de la vida
y quienes la habitan.
Pero en el descenso a los infiernos,
nos encontramos.
Íbamos a acabar con todo,
y entonces tú dormiste conmigo.
Y se me despertó la vida.

Y ahora tú eres mi hogar
y mi motivo.
Eres la magia en la que ya no creía.






sábado, 4 de enero de 2014

Can't help falling in love

Es esta manía que tengo de enamorarme de ti otra vez, cada vez que te veo en fotos. O eso de tener que abrazarte si despierto en mitad de la noche. Es la forma en la que tu sonrisa disipa todos los miedos. Es tu música. Tu mundo. Todo lo que has cambiado mi vida, arreglándola, dándome algo en qué creer... Todo es por tu forma de hacer las cosas. Por tu forma de querer y ver. Por la forma en que tus manos han moldeado los escombros de mí misma, hasta hacer luz entre las brumas del invierno.
Contigo no he vuelto a sentirme sola, ni al borde del abismo en el que me encontraste. Del año que se ha ido, la mitad son los días felices que me has dado. La mitad de un año para curar las cicatrices de tanto pasado. Con tu viento de mar y todas esas veces que no hemos hecho más que hablar, como si no hubiésemos encontrado hasta ahora nadie a quien contarle las cosas. Te he visto dormir tantas veces que me sé de memoria la manera en la que despiertas y me buscas en la cama. He recorrido tanto tus pasillos que ya son los míos. He habitado entre tus muros y te he escuchado tocar para amansar al monstruo. He llorado contigo, has llorado conmigo. Hemos reído juntos. Hemos caído y aún así hemos llegado tan alto...
Y sigo mirándote sin que te des cuenta, pensando en qué pude haber hecho tan bien para que te quedases a mi lado. En si yo tendré algo que ver o será que toca volver a creer en los milagros.
Es esta manía mía de enamorarme de ti otra vez, cada vez que te veo, la que hace que tenga ganas de llorar. Porque, entiéndelo, se me llena el pecho de tantos latidos.
Tapaste con tus manos los agujeros que me hice para respirar. Pintaste de mil colores aquel sol negro. Me has dado un lugar en el mundo. Me has dado un camino en el que poder ser yo misma. Me has dado la mano. Nunca me has dejado sola y nunca me has dejado caer. Has bajado al infierno a buscarme. Me has salvado. Y después, me has dado la vida.
Existes y ya es más que suficiente regalo.
Es lo que me hace feliz.