Los ojos inmensos y profundos
que hablan a gritos, escriben en negrita
la rabia ante la injusticia
la risa
la luz de una ilusión
una plegaria
o siempre el mismo deseo de niño.
La sonrisa que desborda o enmudece
cuando golpean el fuego y la luz
o cuando está lejos pensando
en las llanuras de una mente inmensa
como un océano de prados
y árboles solitarios.
Las manos
cálidas
ensortijadas
crean sortilegios
quiromancias.
Puede arrancar la voz de los objetos yacientes
invocar los espíritus del sol y la tierra
ponerle luz a mis letras
a mis días
a mi vida.
El pecho que alberga
un fuego perenne,
una llama eterna.
Ni vendavales ni tormentas
ni gritos ni puñales
pueden poner fin a su hoguera.
Y las piernas que vuelan
anclan su espíritu de aire en el presente y el ahora.
Lo han traído de vuelta a casa
a mis umbrales y a mis sábanas
Son raíces que se enredan en mis mañanas
en mis pestañas
Se enredan y caemos
en un beso horizontal
mitad azar o error humano
mitad milagro.
Nos reencontramos
una y otra
y otra vez
y para siempre
a lo largo de los años.
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