lunes, 27 de junio de 2022

Antónimo de epitafio

Los ojos inmensos y profundos

que hablan a gritos, escriben en negrita

la rabia ante la injusticia

la risa

la luz de una ilusión

una plegaria

o siempre el mismo deseo de niño.


La sonrisa que desborda o enmudece

cuando golpean el fuego y la luz

o cuando está lejos pensando

en las llanuras de una mente inmensa

como un océano de prados

y árboles solitarios.


Las manos 

cálidas

ensortijadas

crean sortilegios

quiromancias. 


Puede arrancar la voz de los objetos yacientes

invocar los espíritus del sol y la tierra

ponerle luz a mis letras

a mis días

a mi vida.


El pecho que alberga

un fuego perenne, 

una llama eterna.

Ni vendavales ni tormentas

ni gritos ni puñales

pueden poner fin a su hoguera.


Y las piernas que vuelan

anclan su espíritu de aire en el presente y el ahora.

Lo han traído de vuelta a casa

a mis umbrales y a mis sábanas

Son raíces que se enredan en mis mañanas

en mis pestañas


Se enredan y caemos

en un beso horizontal

mitad azar o error humano

mitad milagro.


Nos reencontramos

una y otra

y otra vez

y para siempre

a lo largo de los años.


 

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