miércoles, 15 de octubre de 2008

Little Red Riding Hood

La pequeña Caperucita Roja se ha hecho mayor; ahora su caperuza descansa en el perchero, junto al abrigo de piel de lobo y las cenizas de la abuela.
Caperucita se ha casado con El Cazador, que si ya era mayor cuando La pequeña Caperucita fue engañada por el lobo, podemos hacernos una idea de cómo debe ser ahora que Caperucita comienza a criar canas.
Aunque sean canas de aburrimiento.
Porque hace mucho que en el bosque ya no quedan lobos. Al igual que hace mucho que no deja de nevar, de modo que el cielo y la tierra comparten un mismo color. También hace mucho que El Cazador no sale a cazar, que Caperucita no viste su caperuza y que nadie se preocupa ya de los niños desaparecidos en el bosque; igual que Caperucita no se preocupa cuando, El Cazador, desaparece, a la par que los niños, y regresa a casa con un olor diferente, uno que no es humano...
Y Caperucita comienza a sospechar que, tal vez, como ironía del destino, el propio Cazador se está transformando en una bestia que, como en su cuento, engaña a los pequeños para devorar sus vísceras.

Un día en que Caperucita tomó el camino equivocado, se presentó en la casa un lobo, uno blanco.
Un lobo de ojos de caramelo y cabellos de un rubio que nada tenía que envidiar al blanco de la nieve y las nubes.
Caperucita reconoció al instante aquella escena sucedida tantos años atrás. Reconoció los ojos del lobo, los labios entreabiertos del lobo, su sonrisa... Y entonces comenzaron a temblar sus rodillas... pero no de miedo.

La nieve caía, deslizándose sobre el fondo negro de la noche... Negro, como la boca de un lobo; como los ojos de El Cazador.
Los cabellos rojos de Caperucita se desparramaban sobre la almohada, aspirando el aroma a lobo suspenso en el dormitorio, sintiendo su aliento cálido rozando sus muslos, escuchando sus latidos fuertes golpeando el pecho...

Tras el vendabal de nieve regresó El Cazador, cansado de su ardua jornada en la taberna -ya que úlimamente no había desaparecido ningún niño-.
Regresó y se encontró a El lobo en la cama, en lugar de a Caperucita.

Ahora el pelaje del lobo se extendía sobre la nieve, teñida del color de la caperuza.

La nieve gritaba y se retocía, salpicándose de miles de estrellas carmesíes el cielo o la tierra.

Pero aún había que exterminar al lobo que habitaba en las entrañas de Caperucita; al lobo que, exactamente igual que en el cuento, se parecía en demasía a su querida Caperucita y, sin embargo, no era ella.
No lo era.
Sus ojos demasiado grandes, sus labios demasiado rosados, sus dientes demasiado blancos. No, aquel era un monstruo creado para acabar con su vida.

Exactamente igual que como pasó con la abuelita -sí, El Cazador también lo recuerda-, cuyas cenizas descansan ahora junto a la caperuza roja -más roja de lo habitual- y los dos abrigos de piel de lobo.
Y... ah, por cierto, los siete pares de zapatitos que descansan en una pila, junto a la chimenea, esperan pacientemente a que les llegue el turno de ser consumidos por las llamas.
Siete... como los enanitos.


- Y sabes por qué pasó eso?
- ...mmmm
- Pasó porque La pequeña Caperucita Roja no tuvo su hueco en Disney.

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