-Te prometo que la quiero, sólo se me fue la mano con el alcohol. Vamos, me conoces, sabes que no le haría daño jamás -su voz, ocho octavas más bajo de lo que acostumbraba a ser, se filtraba a través del papel de pared, por sus poros, hasta llegar a sus oídos, enterrados bajo una almohada, un edredón y aquellas promesas que resonaban en su cabeza aún; y no la abandonaban.
Mientras tanto, en la habitación contigua, lo que se supone era la sala de estar, un hombre infiel, con los bolsillos llenos de monedas de dos y cinco céntimos, de escusas y angustias, trataba de ganarse el favor de un amigo y hermano sobreprotector.
Laura lloraba en su habitación.
Carlos explicaba qué le metió a qué mujer dónde, y porqué lo hizo.
Raúl asentía mientras sus labios negaban, comprendiendo y castigando al mismo tiempo.
Laura salió de su ataúd de calor y estiró las piernas por primera vez en tres días. Era martes, y el reloj acababa de marcar las 20:53.
Frente al espejo, sin mirarse, trató de sonreír; entonces el sábado por la noche cayó sobre ella, con sus cubatas, sus luces parpadeantes y aquella rubia deslumbrante, haciendo tan buena pareja con aquél que tres minutos atrás había sido la suya durante cuatro meses, ocho días, diez horas y veintidos minutos exactamente.
Carlos, en la habitación contigua, también lo recordaba -como para olvidar las sinuosas curvas de aquella mujer...-, y Raúl, procurando no dibujar en su rostro la sonrisa que Laura había perdido, lo imaginaba.
Los tres intentaban ocultar los sentimientos que los invadían, para sobrevivir, o para no morir.
La rubia continuaba perdida entre el color ambarino de algún licor y el sabor mentolado de algunos labios...
-¿Tenía que ser delante de ella...? -Raúl se debatía entre lo correcto y el sentimiento de traición contagiado por su hermana.
Carlos no respondió, y si lo hizo Laura no quiso oírlo, no esa respuesta. Ni ésa, ni el por qué, ni el cuándo... No quería saber que no era lo suficientemente buena, no quería oírlo.
Para evitar escuchar la conversación que espiaba se centró en su imagen: tres días sin comer ni dormir, más lo anterior -más de una semana-. Su cuerpo no mostraba buen aspecto... el pecho hundido, los ojos hinchados, enrojecidos; las costillas prominentes y la sonrisa rota y agrietada.
Todo empezó a dar vueltas, los gritos de Raúl y Carlos crearon la fuerza centrífuga que arrastró el débil cuerpo de Laura al fondo de la vida.
Laura lloraba, trató de aferrarse a algo para no caer y encontró el espejo, que rompió, por cierto, ganando así siete años de mala suerte.
Raúl sabía lo que acababa de sucederle a su hermana.
Y Carlos lo intuía.
La rubia no supo nada más de Carlos, y mucho menos de Laura o Raúl.
Cuando despertó en el hospital, Laura sabía que iba a morir sin despedirse de Carlos, porque quería castigarlo. Y eso le dolió más a ella que a él.
Pero eso Carlos nunca lo supo, y por eso siempre pensó que la echaba de menos. Aunque esto no tenga ningún sentido.
Raúl tampoco perdonó a Carlos -aunque Raúl sí que no quiso hacerlo, y por eso le dolió menos-. Curiosamente acabó con otra rubia, prima de la primera rubia que murió poco después que Laura, aunque ella no había roto ningún espejo... murió igualmente. Pero como Carlos no tuvo más contacto con ella, tampoco supo de qué.
Carlos acabó a veces solo, a veces con alguien que le recordara a Laura, por si podía hallar así el perdón.
Laura murió llorando, y esa es otra de esas cosas que Carlos tampoco supo nunca.
Y Raúl acabó olvidando a Carlos, a Laura y a la rubia, en ese orden.
*h a t e m y s e l f*
oh, beautiful blonde, give me the last kiss.
-hilo sacado de www.elcuentacuentos.com-.
1 comentario:
... Acabo de recibir
un bonito regalo
que te devuelvo en forma
de tierno y diario abrazo
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