Como cada vez que hay humo parpadeante en mis pupilas, echo de menos quien me distraiga.
Muero de envidia ante los besos de aquellos que ni conozco.
Muerdo con fuerza mi alma, mi grito de miradas que quiere salir.
De echar de menos. De añorar.
Me ahogo.
De perder el tiempo esperando un mapa del tesoro, siento fuego en los pies.
Algo me insta a correr, a irme y cantar.
Necesito, esta noche, más que cualquier otra, mi beso.
Mi ataque furtivo y acorralamiento contra la pared.
Que beses mi sonrisa. Que me alejes de este mundo.
Que ya no quiero ver más.
Y es sonido lo que me queda.
El de después de un beso:
Tu corazón, triunfante.
El mío, silencio; se ha olvidado de latir.
De forma que poco a poco, los engranajes, giran.
Despierto después de ver tus ojos (oír, tu aleteo de miradas).
Despierto cuando tocas mi cara. Para cerciorarte de que estoy ahí, que (aún) no he huido.
Despierto por tu forma de besarme, para no romperme, para no asustarme.
Despierto por tu afán de besarme mientras duermo, de no querer despertarme.
Despierto por tu beso de buenas noches.
Y el frío a mi lado me enseña que, sólo por milagro, vendrás a desearme buenas noches.
Y te diré, en la oscuridad, repitiendo lo aprendido, el castigo por marcharte: "No son buenas si no estás".
¿Y quién me piensa mejor mientras duermo?
Quiero un beso en una calle.
Que todos se mueran de envidia.
La misma envidia que me araña la sonrisa.
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