jueves, 18 de septiembre de 2008

Come back home



Si las despedidas no eran lo suyo, mucho menos lo eran las bienvenidas. Por eso pasó toda la noche en vela, paseando de un lado para otro. Del suelo a la pared, de la pared al techo. Y luego una ojeada por la ventana. Dos. Tres. Mirar inconstantemente el reloj. Cuatro cuarenta y cinco. Cuatro cincuenta. Cinco diez.Dejó destilar la noche corriendo a la puerta cada vez que escuchaba un coche pasar demasiado cerca. Mordiéndose el labio inferior una y otra y otra vez. Hasta dejar sus dientes marcados a fuego. Pero él no sentía el dolor.
Lejos, en su mente, repasaba uno a uno cada acontecimiento de su vida, enlazándolos entre sí de modo que formasen un sendero que indicaba una única dirección. Esa madrugada.
Y ella, que parecía haber sido puesta en el cielo sólo para él. Que su vida no había sido sino una preparación para poder tenerla, y, esta vez, no dejarla marchar.

Cuando el alba comenzó a golpear en los cristales la espera pasó a euforia. Una sensación que, más tarde, a la caida del sol, se convirtió en desesperanza.
Chasqueó la lengua y agitó su reloj, mirando el minutero como un imbécil. Debía haberse roto, no podía marcar las ocho y veinte, no podía haber llegado la noche... no antes que ella. Luego observó con disgusto el cielo, de ese color amoratado, congestionado. Y por último se arrastró hasta el calendario que colgaba de la misma pared por la que hacía apenas veinticuatro horas había subido, generando en su mente mil maneras de abrirle la puerta, y mirarla a los ojos. De desnudarla en silencio o tratar de reparar cada sueño roto con nuevas promesas.
Ocho de octubre. Era ése el día. Triunfante sobre los demás. No cabía duda.
Coronado por un círculo rojo de trazado grueso. Indicando la fecha señalada.
Pero ella no estaba allí, y el ocho era ahora más nueve que siete.

Tras recrear, de nuevo en su mente, mil posibles explicaciones -algunas reconfortantes y tranquilizadoras, otras, no tanto-, decidió serenarse y esperar, en aquel sofá en el que ella le dijo que se iba. Y en aquel sofá en el que él, no pudiendo ni intuir la importancia de aquella despedida, no supo qué hacer ni decir, aunque supiese de sobra que sólo tenía que levantarse, correr hasta abrazarla por la espalda y susurrar en su oído, muy bajito: "No te vayas, te quiero".
Pero cómo imaginar que esta vez ella no rompería su palabra. Cómo esperar que, tras tantos amagos de huida, aquella fuera la definitiva...
Y no volvió. O al menos no en todos estos años.

Él se sentó, decidido, a esperar. Y lo hubiera hecho eternamente si una llamada no hubiese roto la silenciosa oración en la que todos los dioses eran implorados en pos del regreso de quien, oficialmente, nunca había partido. No obstante, de igual modo que llegó la noticia de su vuelta, mediante dos "rings" y cuatro pasos, la voz al otro lado del teléfono cambió de idea.
- No iré. No debería haberte dicho que regresaría. Mándame mis cosas en cuanto puedas. Adiós. Un beso.

El auricular quedó suspenso entre la mesa y el suelo, balanceándose como un suicida en su cuerda, pero del "Pi" que parloteaba incesante al otro lado del teléfono.
Él escuchó su voz. Era ella. Estaba bien.

Después, pensándolo mejor, decidió que no era tan buena idea tenerla por la memoria aún con la posibilidad de regresar, así que, en su mente, asistió a su funeral; una muerte prematura causada por un accidente de tráfico mientras se dirigía a su encuentro...
Aquella noche durmió sin frío, con la almohada húmeda y la tristeza hirviendo en el pecho. Pero, al menos ya no correría al escuchar un coche pasar demasiado cerca. Ya no.
Porque ella había muerto. En un accidente de tráfico.
Eso decían los periódicos del país del sueño.

*
Please, come back home


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, Guri, por tus palabras de ánimos. No está mal que, de vez en cuando, alguien con quien te acabas de cruzar se detenga en su camino para decirte que la vida también tiene algunas cosas buenas. Intentaré no olvidar tu lección sobre Murphy. Aunque no puedo prometer nada; olvido las lecciones con rapidez. De hecho, ese es mi gran defecto y mi gran maldición, la cual tanto sentido ha robado a mi vida.

Un abrazo.

Yuki, Lord Nieve dijo...

tú, ayer estabas feliz ¬¬


te quiero ne?