Estaba resentida por cosas que no tenían ni nombre. Que no es que no supiese qué eran, es que no se podían decir; como los secretos de Primaria, los de los niños. Como los nenúfares, que salen a la luz, con el tiempo.
Eso me enfadaba aún más. De hecho era lo único que me enfadaba: no tener nombre, ni voz, ni voto. No ser ni siquiera una sombra fugitiva.
Sólo silencio, preguntas (trampa) sin respuesta.
Estaba resentida conmigo misma por dejar que me importasen tantas estupideces.
Tanto detalle sin importancia.
Por ser así de mala, de mal educada, de antipática.
Así jamás conseguiría emblema alguno, ni nombre, ni medalla.
(Me fui a dormir por no reír por no llorar)
3 comentarios:
No dejamos de ser simples personas... No puedes culparte por sentir, porque los sentimientos son lo que nos caracteriza...
El hecho de que seas capaz de juzgar tus propios sentimientos y rechazarlos ya son pruebas de que en realidad sí te mereces un nombre, un emblema =)
Saludos desde un lugar muy cercano
qué difícil es cuando no tenemos nombre...
aaaaai pequeñuela resentida :)
Tú siempre has tenido voz.
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