- No, tengo miedo.
- ¿No es lo mismo?
- No, es que él me da paz.
- ¿Entonces cómo puedes tener miedo?
- Porque es el tipo de miedo que tiene el vencedor.
- ¿A perder lo ganado?
- No, a despertar.
Despertó con ella al lado. Cálida.
Le dolía el hombro de la postura de toda una noche compartiendo colchón; y en una película de esas de un hollywood romántico hubiese permanecido quieto, por temor a despertarla, horas si era necesario; pero él no era un guaperas de película, y ella no encarnaba el papel de una semidiosa de silicona.
Habían pasado tantas noches juntos que no temía romper el idilio del sueño. No había por qué disculparse, qué temer. Porque no era un decorado de novela, era real.
Real como levantarse despeinado, tirarse pedos y despertar al de al lado.
Como pisarle el pie, darle un codazo o romper un plato.
Humano, que, de no hablar de ello, ya casi lo echábamos de menos.
Y te despierto. Y te doy un beso.
Me duele el hombro.
Ya lo siento.
Ahora nos quedamos callados, sin tener que levantarnos a llevarnos mutuamente el desayuno a la cama. Sin tener que dormir abrazados, con ese brazo que siempre sobra.
4 comentarios:
precioso
es inexplicable la sensación ke me causas cada vez ke te leo...!
Amén GZ!!!
Echo de menos el resentimiento de los músculos tras una cama para dos...
Publicar un comentario