Más allá de estar aquí o allá, que total, todas las aceras me dan vueltas.
No te puedes imaginar cuánto me gustaría estar en tu cama; para que me protegieses de mí misma, como siempre haces sin saber.
Y más de una docena de chupitos de docenas de sabores para reunir el valor de decirte las dos palabras más pesadas del mundo (desde que te conozco).
Porque me liberas de todos los pecados.
Y casi es cálido llorar en tu hombro, aunque aceche el miedo a cansarte.
Tengo tanto frío que achaco más de la mitad a tu ausencia.
Me duele el pecho, el cuello, los hombros y la cara de echarte de menos. Me duele por dentro.
Y es que no hay remedio. Sólo calmantes que me mientan, como si todo el alcohol del mundo fuese a evitar que yo me sienta tan sola esta noche.
Tan sola que sean tu palabras mi único abrigo; tan sola que sienta el frío mordiendo mi carne, a pesar del edredón que puedo acaparar, que no tengo que compartir.
Tan sola que este nudo en la garganta me va a matar.
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