domingo, 21 de noviembre de 2010

La fe del asesino



Sonrió pensando que su final no podía ser de otra forma.
Sólo con ver el porte del caballo que galopaba frenéticamente hacia él supo quién se ocultaba tras la capucha y el arco, tenso, en su dirección.
No sintió el primer impacto, en el hombro derecho, justo bajo la clavícula; su mente estaba ocupada en el vaivén del cuerpo del jinete, en sus piernas flacas apretadas con fuerza contra los costados de aquella yegua zaina.
La segunda flecha mordió su muslo derecho, haciéndolo caer de rodillas, y sin embargo él sintió como si le hubieran atravesado el pecho.
Para entonces el jinete ya lo había pasado, situándose a su espalda.
Eryo ni siquiera necesitó volverse.
- Siempre supe que tú acabarías conmigo -murmuró mirando al frente, más allá de las pisadas de las herraduras sobre el barro, más allá de la torre de vigilancia; más allá incluso de las montañas tras las que el sol se había comenzado a poner.
Aracne puso el filo de un puñal sobre su cuello. El aroma de su pelo, junto con el de la sangre le inundó los pulmones. Apretó con fuerza su mejilla contra la de Eryo.
- Tú destrozaste mi vida.
Sintió de pronto cómo Eryo presionaba el puñal contra su cuello y la sangre, cálida, le recorría las manos. Dejó caer el puñal. Y Eryo sonrió para ella una última vez.
A lo lejos ya se podían escuchar los aullidos de los lobos.
Y la nieve comenzó a caer.

1 comentario:

El Drac dijo...

Creo que quien destroza tu vida bien merece morir a manos de su víctima. Qué bueno encontrarte haciendo relatos, la erdad que tus entradas anteriores eran tristísimas. "Últimamente" lo escribí pensando en ti. Un gran abrazo, hasta la canción está más movida ¡qué bien!