Recuerdo aquella cama estrecha, y tú y yo diciendo que no nos enamoraríamos. Y supongo que lo dijimos en voz alta, pero nos lo decíamos a nosotros mismos. Recuerdo todas las veces que te he visto dormir, y todas las veces que soñé contigo. Recuerdo un día de principios de verano en el que me cogiste la mano, de forma furtiva. Recuerdo un viaje de autobús en el que volviste a hacerlo. Y yo ya no supe qué pensar. Y se me derrumbaron los muros, y quedé desnuda, cruzando media España, contigo, que a saber a dónde íbamos. Recuerdo no tener nada, y tenerlo todo. Y esa sensación de recuperar las alas, cuando decidí, camino del norte, que estaría contigo, incluso aunque tú no estuvieses ni para ti mismo. Las tardes de verano bajo el cielo de gaviotas, y sus noches y maletas. Recuerdo las maneras de despedirse, aquellos besos en mitad de una calle, en mitad de la nada. Recuerdo el miedo ante las puertas del cielo. Recuerdo esta calle de todos los días, siempre de noche, donde nunca me atrevía a decir adiós. Recuerdo Madrid y sus fotografías. Recuerdo el metro y el aeropuerto. Las flores, las sábanas siempre blancas y deshechas. El mar. Recuerdo mucho el mar. Y me entran ganas de llorar de lo inmenso que fue su bramido y su frío en un Abril gris. Y lo lejos que estaba entonces de encontrar un sitio en el que descansar; con su lluvia y tú siendo prácticamente un desconocido. Luego te recuerdo a ti, en una estación, con gafas de sol y yo solo con ganas de ti. Y luego ya solo esto. Solo el corazón haciéndose grande, hasta apretar el pecho. Solo algo nuevo, que siempre había estado ahí. Solo el cielo abierto y el tiempo pasando, rápido. Y la vida dejando de doler, y el abismo dejando de mojar. El agua tibia limpiando las heridas, tus manos sujetándome fuerte. El mar del verano, tranquilo y del color más bonito del mundo. Y yo recogiendo mis pedazos, para hacer algo mejor. Y yo siendo, contigo.
Solo tú y (tu) luz.
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