Aprendí a andar en horizontal.
No completé los doce trabajos,
mis tareas quedaron pendientes
y ahora acumulan polvo en alguna esquina.
Tampoco fui la hija pródiga,
o la amante eterna. Tuve que ensuciarme
con la propia sangre,
con el lodo del camino,
por salirme de la vereda.
Huí de los márgenes del cuento,
desgarrando historias y perdiendo la corona.
Ni miento ni exagero
cuando digo
que he estado perdida y rota.
Que seguí la ausencia de señales
en el camino oscuro,
para encontrarte en mitad de la nada,
sin nada que ofrecerte
más que manos vacías
y salmos quebrados.
La cuestión es que desperté
para dormir a tu lado.
Que llegué con el pelo enredado
y tú con tus ojos profundos.
Y supongo que, en mitad de la noche,
de alguna forma que aún desconozco,
nos salvamos.
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