sábado, 30 de noviembre de 2013

El enemigo

La vida pasaba y se llevaba prendido al pelo esta sucesión de días.
Cómo se fue el verano y nos dolió el otoño.
Dejaba estas tardes de poca luz antes del dorado de la navidad,
y todas mis malas caras,
como si nos hubiesen robado el sol.
Veía la luz dorada en la ventana del edificio de enfrente.
Se hacía de noche. Y yo no tenía más,
que la imperiosa necesidad de esconderme,
y que me encontrasen.

Y supongo que, mientras tanto, fui yo
quien encontró algún descosido en el que hurgar,
y tirar del hilo.

Tenía una cama enorme, donde entrábamos los dos
y todos mis errores.

Supongo que mis pirotecnias eran el resultado de esta forma de querer, tan "después de tanto tiempo", que me hacía sentir fuera de lugar. Todo aquello de que esto no es para mí.

Supongo que también es que nunca acepté bien la vida y sus cosas. Y que si me dejaban opinar siempre acababa hiriendo con la boca.

Y ahora

no tengo más que el sabor de las cenizas.
Y su recuerdo.
Cada noche viene un ángel
a llevarme. Y yo no sé que hacer,
si no es fingir que estoy dormida.
"Vuelva usted otro día"

Resumiendo, supongo que mi locura en carne viva
y toda esa mierda de apariencia me hacían atractiva,
de la manera que es atractivo un cuadro del mar,
o la fotografía de un invierno.
Luego, en la realidad,
quedaban los naufragios y desiertos. Quedaba yo,
llorando descontrolada,
con garras,
sin alas.

Quedaban los alientos
en la noche,
heridos,
dolidos.

Quedaba el frío
de ser el (propio) enemigo.




Y luego, estabas tú,
y cuando me abrazabas,
solo éramos eso:
tú y yo.





No hay comentarios: