martes, 19 de noviembre de 2013

Oración de primavera

Supongo que nos (re)encontramos en el camino. Después de tantos viajes en los que nos íbamos perdiendo poco a poco, como quien se deja el equipaje en el tren, y sus calcetines, sus gafas y su pijama visitan ciudades en las que nunca has besado.
Y un día, perdida en un andén de mi vida, me partí en dos, para hacer sitio bajo las sábanas, y de paso dejar caer al suelo todos los escudos templados a golpe de realidad frente a las novelas de las que me enamoré.

Segura de que estuvimos mirándonos las espaldas años atrás, sin oír nuestros latidos por la música tan alta que a mí se me hacía el pecho pequeño, te he visto durante un año siempre a lo lejos, siempre pequeño. Del tamaño de esos personajes de cuento, donde el amor a primera vista y los flechazos entraban en cuatro palabras de madrugada; y no salían más que con sangre, que es la mala costumbre que tiene la letra. 

Nos chocamos mientras andábamos buscándonos, y salimos corriendo. Porque yo me había adoctrinado durante años, aprendiendo a fuego que no podía enamorarme solo del contacto piel con piel. Y ahora estaba ardiendo, quemando todo cuanto tocaba en mi mundo de papel. 

Desde entonces vivo fuera de la ley, bajo un techo y unas normas que me dan estos días tan de paz, en los que pienso que ya he llegado a donde quiera que me estuviese dirigiendo antes de empezar a hacerme daño y perder la orientación. 


Dicen que no existe el amor a primera vista, que es cosa de películas. Pero eso es porque tú no les has mirado amaneciendo una primavera, dándoles la vida, como si les viesen por primera vez.

Y entiende entonces todo esto, que yo nunca pensé que pudieses existir.





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