domingo, 17 de noviembre de 2013

derroteros

Y se hizo de día, y aún no habíamos dormido.
Y tampoco habíamos visto aquella película que siempre quedaría colgando de nuestros planes.
Y me abrazó y yo ya supe que quería eso para siempre,
y que tardaría una eternidad en admitirlo.

Me besó en la frente y yo temblaba.
Quizás porque ya sabía que tendríamos que caer cien veces antes de levantarnos.

Tenía los ojos verdes y se le desprotegió la puerta a su alma.
Y su alma no era verde, si no de ese color del agua cuando le da el sol.
Y así sigue, a día de hoy.

Con cada día nublado, cada arañazo en la armadura, cada piedra del muro,
le miro a los ojos.
A veces las puertas están cerradas, pero aprendí a llamar y a esperar.
Busco ese color brillante, me aseguro de que siga vivo.
Entonces todo está bien.

Porque se hizo de día y aún no habíamos dormido.
Y a veces todos los planes acaban por los suelos
y no precisamente junto a nuestra ropa.
Es así la vida del guerrero.
Y así quiero que sea mi vida,
buscando siempre un color que me diga que todo sigue
como cuando el sol nos tocó,
y yo temblaba
y tenía ganas de llorar.
Y supe que querría esto siempre.





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