doncella del escudo caído,
del espejo roto.
Las cicatrices del pasado
en la penumbra de los senderos
de otoños sucesivos.
Asesina nata,
derrotada en espinas
y desvelada en su conciencia.
Teme a su reflejo
y el agua se le antoja
el cielo en la tierra.
Cierra los ojos
y le pesa el cuerpo
o los gruñidos de su mente.
No le sale el teatro de la vida
en días de mañanas blancas
y sábanas frías.
No le sale no llorar
cuando se hace una herida
que sabe que no se irá.
Guerrera abatida,
por su propia espada
sin honor, a traición.
A veces tocando el cielo
y a veces encerrada en su propio infierno.
A veces me pierdo.
Y para encontrarme
he de atravesar el laberinto de espejos
y recuerdos.
A veces me pierdo.
A veces no me quiero.
O quiero devorarme.
Y para volver
debo dejarme caer,
pender en el abismo.
Lo que duelen las entrañas
de no alcanzarse a uno mismo
es lo que rompe su coartada.
Por no conquistar,
no puede ni conquistar su reino
y vive vasalla del monstruo que es.
Que son los otoños,
inviernos,
en que no se deja ser.
De esta manera,
tan cruel
para con ella, para con quien la quiera.
A veces me pierdo
y para volver
tengo que vencer.
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