domingo, 13 de abril de 2008
Cafe
Ahí estábamos tú y yo.
Sentados en torno a aquélla vieja mesa. La distancia de un cenicero y un servilletero nos separaba, a la espera de que llegara un camarero para distraernos durante un par de segundos de nuestros pensamientos. Y sin embargo nuestra distancia constituía mucho más un trozo de madera, y yo me empeñaba por construir un puente con débiles tablas para poder acortar nuestro abismo...
Pero tanto tú como yo sabíamos que no serviría de nada. Porque tú no podías ver mi labor, y yo no podía saber si tu, en secreto, cuando cansada me retiraba a descansar y, algunas noches, las pocas, sonreír porque me sentía con fuerzas para erguir el puente más resistente del mundo y otras, las más, llorar porque sabía que no sería capaz... si tú también tratabas de construir para alcanzarme, disimulando muy bien a la salida del sol... (eso me gustaba pensar)
Y entonces me mirabas, como mirabas a todos los demás, y mi mente cansada imaginaba que era de forma diferente... Y tus ojos pasaban por los míos y mi mente se llenaba de gritos eufóricos y movimientos torpes, porque me habías mirado.
<<>> murmuraba apenada yo misma para dar fin a la fiesta que hacía retumbar mi corazón.
Esas miradas que quería interpretar cargadas de mensajes... Como a los demás... Entonces mis días y minutos se convertían en festines, bailes solitarios en mitad de una sala oscura y lágrimas entre las luces de una discoteca. Un freno y desenfreno continuo que provocaba una arritmia en mi corazón, sin llegar jamás a pararlo, sin llegar a hacerlo palpitar muy rápido.
Y quiero abrir la boca y hablar, y decir cosas. Y tu mirada, y tu sonrisa, tan vacía y exenta de palabras para mí hace que dude, el reloj marque las doce y cenicienta, esa noche cargada de valor para encontrar a su príncipe, huya despavorida dejando, en lugar de un zapatito de cristal, lágrimas en un vestido roto.
Entonces odio tu forma de ver la vida, odio tus pensamientos porque no son míos, desisto en mi labor del puente y te devuelvo una sonrisa que trata de decir lo que me una princesa cobarde al no tener vestido ni zapatos no se atreve; pero tú no lo sabrás jamás, porque me guardé muy bien de no pronunciarlo en voz alta para que, cuando deba recoger mi corazón del suelo, tras tu marcha, pueda negar que fuiste tú el que me lo rompió.
Porque las noches en las que me vestía de gala tú no estabas.
Ahí estábamos tú y yo.
Sentados sentados en torno a aquella vieja mesa. La distancia de un cenicero y un servilletero nos separaba, a la espera de que llegara un camarero para distraernos durante un par de segundos de nuestros pensamientos.
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De cuando la libélula observa su rostro en las aguas,
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4 comentarios:
^^ siempre que escribes algo siento que en algunas cosas coincido. lo que escribes es muy interesante!!
¿para qué?=(
sabes? me estoy preguntando como seria hacer un comentario de texto tuyo. y creo que algun dia probare a hacerlo.
de seguro ocupo mas de tres hojas xD
Mandale libelulas... y si no vuelven con um mensaje, desiste de construir el puente... porque, aunque lo construyas, él no cruzará.
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