viernes, 25 de abril de 2008

Contando estrellas: May memories

He escrito incontables versos, líneas y plegarias. Y en todas he vertido una parte de mí
Y en todas ellas he mentido al carecer de valor para contártelas a ti. Y hoy no será una excepción.

Aún recuerdo aquella tarde de mayo en la que el destino te brindó un tiempo de lucidez, en la que tu enfermedad nos regaló a ambos unas horas de descanso.
Sin atreverme ni tú ni yo a salir de casa, por miedo a que tu deseo de abandonarme sosteniendo mi mano, mientras tarareaba aquella canción que tanto te gustaba, no se cumpliera.
Así que montamos una tienda de campaña en el sofá, aquél que daba a la gran ventana que nos ofrecía las vistas de la ciudad, siendo acunada por el oro de un sol decadente. Y yo, viendo cómo, una última vez, tus ojos brillaban como antaño, paladeé el dulce caramelo de unos labios secos, disfrazados ese día de melocotón.
Porque tras tantas lágrimas y tanto tiempo nos daba miedo tocarnos por temor a enamorarnos de nuevo y volvernos a perder; porque eras tú de nuevo, y eso nos aterraba... a mí porque te había olvidado y simplemente me dedicaba a cuidar de cuanto permanecía en este mundo de ti: tu frágil cuerpo extinguiéndose día a día. a ti porque sabías que esa tarde de mayo, en la que la enfermedad te concedió una tregua, era la calma que precede a la tempestad del despejado cielo de la primavera, pasado ya tu último gélido invierno, somnoliento otoño que nos robaron las libélulas enfundadas en batas blancas, fugaz verano y lluvioso abril, pues como siempre me decías abril era un mes que merecía una mención dentro de las cuatro estaciones, por sus bellas tormentas: nuestro abril. Porque, según tú, para nosotros las estaciones poseían un orden diferente, dependiendo del día.
Y ambos, al ver desvanecerse el último rayo de sol ante nuestros ojos, supimos que aquella última tarde era uno de esos favores que otorga la enfermedad antes de extinguirse como en el crepúsculo lo hace la luz, más bella que nunca antes de perecer.
Sí, la enfermedad nos otorgó unas horas de paz para poder despedirnos el uno del otro como debimos hacer hace tanto...
Ahora quizá me arrepiento de no haberte podido decir esto cuando tuve tiempo... o aquel día, viendo asomar las estrellas... no, para entonces ya era tarde, no derrocharía mis besos de despedidas, grabados a fuego en tu corazón, que dejó de latir cuatro amaneceres después, justo cuando la lluvia se posó en el cristal, tras pedirme a duras penas ésa canción que hacía mucho que no recordabas y yo inventaba... esa canción que sin cadencias y sin acordes, sin notas ni ritmo, se hizo nuestra, sólo porque yo la cantaba y tú, cerrabas los ojos creyendo que aún albergaban esperanzas en este mundo que no te quería con él.
.
Y así terminó la historia...
dime, cuánto de hermosa es?

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