sábado, 3 de julio de 2010

En la ciudad invisible


En la ciudad invisible llueve, y tras la lluvia que permanece pegajosa sobre la piel, sopla una brisa suave, cálida.
Y en la ciudad invisible, el que llora, lo hace por dentro.
El que duda, no se atreve a hablar (más).

Todo parece a punto de estallar. Como el segundo antes de que la bomba atómica desate su fuerza; justo en el instante entre el impacto y la explosión.

La luz del cielo es blanca, de una claridad sorprendente; y bajo esa luz todos los habitantes de la ciudad invisible son hermosos.

Se escuchan los coches pasar, sin prisa, la lluvia caer, los jóvenes gritar, reír.
Pero todo resbala como la tormenta que nos empapa, como el sol que, de lejos, no se atreve a acariciarnos.

Y es que estamos sumidos en esa calma que no se encuentra tras la tempestad, sino en el mismo ojo del huracán, cuando no puedes ir ni alante ni atrás.


Los habitantes de la ciudad invisible viven tras la cascada, en el ojo del huracán.
No sé si es que tienen miedo de mojarse la ropa, o simplemente de ver acercarse la tormenta.

1 comentario:

Wind dijo...

o de ambas cosas, los habitantes de la ciudad invisibles, siempre temerán ser vistos.