domingo, 24 de marzo de 2013

De madera.

Recorro, descalza, los pasillos de la casa. La penumbra y la madera. Todo cruje, en silencio. La luz, tenue, se cuela por las lejanas ventanas, en el pasillo todo parece sumergido. La luz de los domingos por la tarde es una pecera. Nadamos, casi todos los días.
Recorro, desnuda, los salones vacíos. Puedo leer las vetas de la madera con las plantas de los pies, y cuentan cientos de historias, cientos de años.
Fuera hay cinco niños jugando, una fuente y un bar casi vacío. No hace frío y no hace calor, es cuando la primavera entra, volcando el corazón.
Tengo tantas ganas de llorar como de bailar y saltar. Quiero tumbarme sobre el suelo, viejo, y ser parte de él. Lo hago, y no pasa nada. Veo el techo, que es el suelo de otra persona.
Estoy sola, pero la casa sigue siendo hermosa, y enorme, tremenda. Y siempre será así, la llene de gente o la queme hasta los cimientos; es su alma, es su esencia, hay que acostumbrarse a vivir en ella y amarla, amar sus luces, sus suspiros y resuellos, su viejísimo suelo de madera.
Tengo frío en los costados, como una abrazo de ausencia de ropa, ausencias. Y el pelo recogido, para que ese abrazo llegue hasta el cuello.

Pero no me apetece nada más que este abrazo, y esta casa, y este domingo tranquilo y triste.




Sal a la calle, mójate y extiende este frío hasta los cimientos, es el viento de Abril.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nostalgia, en un camino que nos hizo feliz.

Pero como todo camino abandonado, revive las ganas de recorrer los espacios que un día significaron algo.