Recorro, desnuda, los salones vacíos. Puedo leer las vetas de la madera con las plantas de los pies, y cuentan cientos de historias, cientos de años.
Fuera hay cinco niños jugando, una fuente y un bar casi vacío. No hace frío y no hace calor, es cuando la primavera entra, volcando el corazón.
Tengo tantas ganas de llorar como de bailar y saltar. Quiero tumbarme sobre el suelo, viejo, y ser parte de él. Lo hago, y no pasa nada. Veo el techo, que es el suelo de otra persona.
Estoy sola, pero la casa sigue siendo hermosa, y enorme, tremenda. Y siempre será así, la llene de gente o la queme hasta los cimientos; es su alma, es su esencia, hay que acostumbrarse a vivir en ella y amarla, amar sus luces, sus suspiros y resuellos, su viejísimo suelo de madera.
Tengo frío en los costados, como una abrazo de ausencia de ropa, ausencias. Y el pelo recogido, para que ese abrazo llegue hasta el cuello.
Pero no me apetece nada más que este abrazo, y esta casa, y este domingo tranquilo y triste.
Sal a la calle, mójate y extiende este frío hasta los cimientos, es el viento de Abril.
1 comentario:
Nostalgia, en un camino que nos hizo feliz.
Pero como todo camino abandonado, revive las ganas de recorrer los espacios que un día significaron algo.
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