viernes, 23 de octubre de 2009

De porqué los dragones vuelan en círculos


Siento tu aliento cálido sobre mi mejilla, mi cuello.
Alcanzo a ver tus clavículas, desnudas.
Y te envuelvo con mis piernas y brazos. Palpo tu espalda como si fuese mi clavo ardiente personal.
La única tabla de mi mar.

Hundes la cara en mi pelo. Respiras en mi oído y te abrazo más fuerte. Siento palpitar tu corazón a través de mi piel.

Le muerdo, me guiñas un ojo.
Y nos reímos nerviosos. Llenamos los silencios de humo y risas.
Campanean en mis oídos los pájaros queriendo interrumpir la noche, confusos.
Toco tu piel y pienso cuanto tiempo llevaba sin hacerlo.
Me río; alguna otra tontería.
Sonrío.
Sonrío.

Olvido los temblores de mis manos, el frío en todo el cuerpo.

Luego, de pronto, despierto.
Las sábanas gélidas se pegan a mi piel.
Y te echo de menos, a mi lado.

Y no volveré a sentirme extraño,
aunque no me llegue a conocer
y no volveré a quererte tanto
y no volveré a dejarte de querer.

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