lunes, 8 de abril de 2013

Historias de espaldas

Dicen que cuando alguien está enamorado de ti siempre se gira en las despedidas, cuando os separáis. Yo debo estar enamorada de la vida, porque a cada persona que se va la miro marchar hasta que desaparece de mi rango de visión.
Siempre me encuentro con espaldas, nucas, hombros... Si se girasen a mirarme a mí se encontrarían dos ojos queriendo tragarse el mundo, engullirlo, avasallarlo. Dos ojos enormes que echan raíces, que extienden las alas y esperan, con resignación, ver desaparecer sus nucas, sus espaldas, tras una esquina, tras el próximo horizonte.



Yo en mi espalda tengo árboles en flor, que no son despedidas, sino buenos días, entre sábanas. Porque la espalda solo debería darse para ser abrazada, un martes temprano, evitando la vida cotidiana, sin café, sin horarios.
Y es que las espaldas están echas para ser asaltadas, para un alto en el camino, girarse, sonreír; yo bebo por los ojos esas espaldas, espero ese giro, del destino, del camino, del individuo. Y nunca llega, la gente da la vuelta para mirar al frente, para alcanzar un futuro, una casa, una cama. Dormir.

Nadie se gira ya, y empiezo a pensar si alguna vez alguien lo hizo. A mí me gusta girarme, hace a la persona más palpable: cuando se va, sin mirar atrás, y tu ves sus espaldas alejarse... entonces esa persona es quien es cuando tu no estás, porque en ese momento has salido de su entorno, de su vida, y eres un peatón más que (se supone) se aleja sin mirar atrás... Hasta el próximo reencuentro.


Tal vez si las despedidas se hiciesen de cara, como los saludos, no podríamos separarnos nunca.

2 comentarios:

El Drac dijo...

El hoy es sólo un punto en una serie de caminos que se van

Anónimo dijo...

Confieso que soy de los que mira de reojo... aunque me haga el fuerte al seguir adelante.