sábado, 7 de junio de 2008
Underground
"El metro pasó a escasos veinte centímetros del borde, donde me encontraba yo, tratanto de remendar los espacios entre minuto y minuto, para ser simplemente un desconocido más entre la multitud de los andenes que se perdían por toda la ciudad, bajo tierra, como una tumba en la que escabullirse por unas horas y desaparecer, literalmente, del mapa.
El enorme armatoste paró con un fuerte suspiro y los histéricos gritos de las vías cesaron, para dar paso a una sinfonía de tacones y zapatos golpeando contra el suelo, de voces, alarmas y gente que iba a toda prisa de un lado para otro, al contrario que yo, queriendo abarcar casa instante de vida sin perder ni un pestañeo en el camino; y con las prisas no podían ver como se les caía la vida de los bolsillos, desbordándose lentamente.
El vagón, frente a mí, me invitaba a embarcar e irme lejos, a otra estación en alguna otra parte de la misma ciudad; pero no pensaba subir, sólo quería sentarme a ver cómo la gente caminaba, sonriente, e imaginar porqué lo hacían, a donde iban con tanta prisa y si habría alguien esperándoles en casa o allá a donde se dirigieran. También miraba a la gente que parecía triste o cansada, e inventaba una vida y mil lágrimas por cada uno, hasta que el mundo volvía a ponerse en marcha y los trenes retomaban su camino, hacia el paraíso o el infierno, dependiendo del viajero.
Me gustaba porque era como un lapso en el mundo, en el que nunca era de noche ni de día, y el tiempo lo marcaban las idas y venidas de gente y moles de hierro y acero. Era como cavar un hollo en la tierra y meterse dentro, y cerrar los ojos.
Entonces todo desaparecía.
Fue tras cuatrocientas veintisiete personas, cuarenta y dos tristes, treinta y seis felices y el resto con la máscara de calle aún recién puesta, cuando la vi, a ella, entre cientos de ojos de cientos de colores, entre cientos de pasos y súplicas. Su tristeza llegó hasta alcanzar mi nuca, y su mirada perdida, buscando a alguien que no era yo, y que no acudiría a la cita, pedía a gritos eutanasia, para no llorar esa noche de nuevo.
Las puertas se cerraron entre ambos y el metro la arrastró, lentamente, hacia la superficie, donde la vida y el silencio, pensé, se asemejaban más a un sepulcro que este agujero bajo tierra."
Dedicado a la persona que me inspiró esta historia, ésa que también sueña con perderse lejos, y desaparecer unas horas del mundo.
Etiquetas en frascos de veneno:
De cuando la libélula observa su rostro en las aguas,
More than Fairy Tales
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario