lunes, 1 de julio de 2013

vis-a-vis

Me miras a los ojos y tú no dices nada. Pero yo puedo oír cómo me hablas, en suspiros, de tus miedos.
¿Sabes cómo lo sé? Porque yo también los tengo. Así sé todo lo que sé, lo veo porque yo también lo llevo.



¿Y qué quieres que te diga? Que la vida es bien jodida y yo tengo una espada de fuego, espada de juguete de fuego, de fuego de juguete. Da igual. Para espantar a los monstruos, un rato. Luego vuelven, porque con el tiempo descubren la trampa, y nos comen a los dos.
Que parece que estamos hechos para hacer daño y para dar un poco de amor, lo justo para que otros se enganchen a nuestra voz. Y marcharnos sintiéndonos monstruos y asesinos. Hasta el punto de que a mí misma me da miedo mi espada de fuego. De juguete. Un tiempo. Nunca el suficiente, ¿no? Porque siempre volvemos a la carga, destrozando corazones sin-querer, por no saber querernos.
Que quizás en el fondo sólo buscamos a alguien que sí sepa hacerlo, no solo querernos, sino enseñarnos. Alguien que no necesite espada, y a quien no le den miedo nuestras garras, nuestras armas.
Que tenemos la lengua muy afilada, las uñas muy largas, los dientes, muchos. Pero sobre todo tenemos esa mirada, fría, indiferente; que es capaz de reducir a cenizas sin previa llama. No calienta. Esa mirada que es una mentira enorme, que lo sé, pero sigue siendo efectiva. La mirada de: "déjame, sal de mi vida. No vales nada aquí, no te quiero; aquí".
¿Que cómo lo sé? Vamos hombre,  yo también la tengo. Si fuésemos armas vendríamos de la misma fábrica. Por eso no tienes que decir nada para que lo sepa todo. Y yo no digo nada, doy por hecho que sabes que sé. Aunque no es así. Y sí.
Porque, como he dicho, necesita(mo)s una demostración. Un primer paso, siempre ajeno, que hable, y diga esto que sé.
Que yo también ando perdida. Que yo también quiero que me quieran, que me deseen. Y cuando eso ocurre no sé que hacer con ello. Y me siento a llorar en silencio, con un ejército de esclavos que no ven más allá de mis clavículas en penumbras, entre embestida y embestida.

Que todos queremos ser salvados. Pero algunos, además, lo necesitamos muy en serio. Que nos enseñen a vivir sin monstruos, que nos enseñen que un abrazo no es solo piel con piel. Es proteger al otro con tu propio cuerpo.

Me miras a los ojos y no dices nada. Creo que esta(mo)s empezando a activar esa mirada. Prueba de fuego. Soy débil. De mis cenizas, más que un fénix, renace una carta quemada que ya ni se puede leer. Diremos que es una carta de amor, pero seguro que era una factura. Mejor.

Que no puedo soltar tu mano ni aunque esté lejos y perdida. Porque sería soltarme a mí. O, peor aún, soltarte a ti.
Y un abrazo, o un polvo, cuando se hace bien, no es solo piel con piel; es dejar entrar al otro dentro, para que te proteja en la caída, en el frío. Es cogerse fuerte y afrontar el destino. Por eso es tan importante.
¿Te lo han enseñado?
No lo sé. Sígueme mirando. Yo creo que no. Lo sé porque lo sabe Tyler. Lo sé porque yo también lo siento. Por eso no puedo soltar esta mano, aunque me ahogue, aunque me pierda y me vaya muy lejos.

Me miras a los ojos y no dices nada.
Pero yo puedo oír cómo me hablas,
y, de lo que dices, nada me sorprende,
por eso no puedo dejar de mirarte a los ojos.

No hay comentarios: