miércoles, 31 de julio de 2013

Memento qui sis

Tengo las piernas golpeadas, magulladas. El pelo revuelto por el viento del mar. Tengo el norte en la piel, pero he perdido las llaves del hogar. Y olvidado qué hacía antes, quién era, hacia dónde iba cuando no era siempre este verano-abril. Llevo tantos años quieta que la vida se fue sin mí. Y desperté con el pelo lleno de telarañas, de fotografías borradas.
Tengo un cuerpo nuevo y no encuentro las fuerzas para señalar un punto en el mapa; dejar las maletas y decidir qué camino tomar. Llevar el hogar más allá de los papeles garabateados en los que hablaba de mares y cielos como únicas fronteras.
Asentar la cabellera. Darse una ducha y dejar el cepillo de dientes fijo. Poner lavadoras y dejar de hacer y deshacer mudanzas.
Llevo fuera de casa más de diez años. Haciendo maletas cada dos fines de semana. Haciendo mudanzas cada año bisiesto. Y ahora no soy más que la sombra nómada de alguien que ha tenido más casas que amantes, más hogares que lugares donde ser querida.
No sé qué esperar de las ciudades, de los padres, de las personas que vienen, y se van. Y yo las veo huir de sus hogares, igual que huyo yo de cada lugar que pueda prometer curarme con una nueva enfermedad. Sin soltar jamás el terreno conquistado, sin ganar nunca una sola partida.
No me muevo, no me asiento.
Estoy de pie en mi propia vida, queriendo que alguien me invite a entrar. Moverme a mil sitios diciéndome a mí misma que busco dónde descansar. Y ya no recuerdo quién era cuando empecé el viaje; porque de todas maneras esa persona ya se fue, quedó olvidada en el andén de una estación Vitoria-Madrid-Barcelona-Alicante-Salamanca-Valladolid-Sevilla. Qué más da. Escribo a oscuras en una ciudad que no es la mía. Ninguna lo es. Y todas lo son. Como las casas. "Yo he dormido ahí, y ahí, y ahí, y ahí. Y ahí no dormí".
No quiero volver a casa. No puedo enfrentar tantas caras que me conocen, y yo a ellas no.
No puedo coger ninguna mano, porque todas tienen donde pasar sus noches. Y yo soy la que busca en cien camas la suya, queriendo recordar dónde dormía bien, dónde está el este, dónde el hogar perdido, con su habitación de niña, con su armario demasiado pequeño y su cama para dos, cuando menos falta hacía un compañero de viaje.
Y aquí estoy, con las piernas golpeadas, en mitad de una madrugada, en un sofá ajeno, en una ciudad impropia, con las manos vacías llenas de los fantasmas de otros. No sabiendo hacia dónde dar el siguiente paso, por no volver a casa con esta historia tan de nada, con esta cara de tan poco arrepentimiento ante lo que le hice a mi perfecta mentira.
No tengo nada. Nada más que mis propias piernas, mis propios ojos, mi propia voz, que dibuje una sonrisa. Y solo busco el hogar de verdad; allá donde se supone que siempre estás
a salvo.







3 comentarios:

David Snake dijo...

No sé si leerás esto. He caído aquí por casualidad y con tus letras me has hecho sentir...me gusta, me gusta mucho como escribes...

Un beso desde Elche, no perderé de vista este rinconcito que has creado...

Paula. dijo...

Estoy impactada, siento tu nada. Gracias, artista, no preguntes por qué

Leonel, con doble T dijo...

Me gustó bastante tu escrito, y comprendo el sentir de no conseguir norte, u hogar. Espero que el mal sentimiento haya acabado para ti, y que hayas conseguido la calma que deseabas