Enciendo la vela.
De lo alto de la librería cae una pluma,
graciosa.
A cámara lenta, extiendo la mano,
y la pierdo.
Pido un deseo.
Se queda la llama temblorosa.
Deseo perdido.
Dejo de pisar las uniones de cada baldosa de la calle.
Por-si-acaso.
Miro al cielo y suspiro.
Me tiemblan las manos, me bailan los ojos.
Y llego a casa, abatida.
Dejo caer mi armadura de plumas.
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