La luz penetra en mi cuerpo, entumecido.
Siento el sol lamiendo las heridas, violando cerrojos y cerraduras.
Tus manos deshilachando los tapices de mis miedos, tu sonrisa, aunque todos beban de ella, con mi nombre grabado.
Tarde dorada, remordimientos.
A veces tengo ganas de salir corriendo, de cerrar los ojos, apretar las mandíbulas.
A veces tengo ganas de llorar por tonterías, de no volver a casa, de empaparme de lluvia.
Y, siempre, esas veces, no hay tablas en un mar tibio a las que agarrarse.
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