domingo, 13 de septiembre de 2009

Tea



Domingo, lunes o jueves; lo mismo da.

Suena un teléfono y el té, tibio, desprende su aroma a jazmín.
Los destellos que arranca el sol en tu vaso te recuerdan a sus ojos.
Llama para decirte una de esas tonterías que te hacen sonreír:
Que el cielo está gris, que llueve, o que su chaqueta huele a arena.

Cuelgas, sonríes ante tu taza de té.
No lo pruebas, sólo disfrutas de su aroma.

Porque, el té, como ella, es siempre mejor cuando sólo aspiramos su aroma, y nuestro cerebro se deleita de la voluptuosidad del agua colorida, de los posos descansando, como lo hace su cabeza sobre las manos...


Ni siquiera deseas decirle que la quieres, ni que se quede.
Sólo sonríes cuando te llama, para no decirte nada.

Cierras el libro y piensas en la persona en la que te has convertido.
Ahí, bebiendo té, leyendo a Dios sabe quién... hablando por teléfono...
Casi pareces hasta un hombre normal.
Con alguien que te eche de menos, y todas esas cosas.


No le temo al fuego, pero sí a las cenizas.

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