Otro día, uno que no sea hoy, habría aceptado mis invitaciones al facebook, habría leído todos esos correos estúpidos sobre maldiciones y niñitas enfermas.
Me habría puesto esa camiseta y habría recogido mi pelo para salir a la calle.
Otro día hubiese leído a un gran autor, hubiese entrado en una iglesia, sólo por escuchar la lluvia caer sobre los cristales de colores. Sobre los rostros de cientos de santos de piedra.
Hubiese puesto los pies sobre la alfombra y cubierto mi cuerpo desnudo con una manta.
Otro día, uno como ayer, uno como pocos, hubiese cantado a pleno pulmón de camino a casa; sin pensar en qué pasará cuando llegue a mi destino. A dónde me dirijo.
¿Es realmente importante?
Pero resulta que aunque amanezca en paz, aunque sonría frente a una pantalla, frente a un libro, cara-a-cara con algún recuerdo que me aborda en una esquina; hoy no es otro día.
Y hoy doy gracias sólo por seguir respirando, por seguir sonriendo y por seguir contando con evocaciones exhibicionistas que, faltas de ropa y de pudor, me persiguen hasta hacerme sentir culpable.
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