jueves, 16 de mayo de 2013

ride of the Valkyries

Nadie podía adivinar lo que se cocía bajo el asfalto. Todos iban y venían, con sus miradas vacías, con sus sonrisas porque-sí, con sus vidas bajo el brazo. Yo pisaba fuerte, el asfalto, con mi mirada vacía, con mi sonrisa porque-sí y con mi vida bajo el brazo. A veces me gustaba imaginar que llevaba alas a la espalda; no servían para volar, pero pesaban, las arrastraba. A veces me gustaba imaginar que estaba loca, o cuerda. Que otros me veían. Jugaba a ver a otros, a señalar su vida bajo el brazo, a imaginar su casa o qué hacen cuando se quitan los zapatos. Si eran felices como yo o hay otro tipo de felicidad, una mejor.
Nadie podía ni imaginar cómo era la realidad: un guisante apartado en el plato de arroz chino tres delicias de un niño de ocho años. Qué injusto era que no tuviese buena voz, para poder cantar en lugar de sentir.
Había que resignarse. Habría que pisar fuerte sobre el asfalto que cocía, que nos cocía. Nos están cocinando, vamos a ser devorados.

Y un día de pronto la locura lo inunda todo, lo nubla todo con una claridad deslumbrante. De pronto piso fuerte, no miro, veo; mi sonrisa está llena de lo que nos devora: cosas tristes, cosas bellas. Y llevo la vida enredada en el pelo.
Nadie podría haber imaginado, viendo esas fotos de cuando era apenas un bebé, que algo tan simple acabaría tan perdido, tan fuerte, tan frágil. Me rompo, me gusta. No voy a parar.


No hay comentarios: