La piel cede, se agrieta. A jirones, como el alma del mártir, cae.
Es sustituida por ese viento que arrastra, irónicamente, alas sin pilotos.
Salvemos las cenizas. Nombremos a los muertos.
Pintarse unos ojos sobre los párpados. Una sonrisa sobre los labios.
Que llueva y caiga la pintura. Tenemos ojos, tenemos voz.
Sonrisas sinceras. Nunca mienten. Tiemblan, gritan, desafían, crecen.
Insuflar. Inyectar. Espolear.
Piernas para qué os quiero. Siempre el plato secundario. Antes teníamos alas.
Pero se las llevó el viento, se las tragó el sol. Así que, piernas, para qué os quiero.
Si no es para emular el vuelo, si no es para escalar el cemento,
que sea para dar patadas, para escribir la historia.
Tantos cojines,
tantas almohadas.
Uno puede morirse en su casa. Y que nadie lo sepa.
Porque nunca encontrarán el cadáver. Y uno seguirá yendo a la oficina, incluso muerto.
Lo más difícil de vivir es tomar decisiones, vivir con ellas, ver sus ojos al despertar.
Por eso solo dejo que el tiempo corra, corra. Y se aleje de mí.
Yo también corro y corro. Y me alejo de mí.
Porque sueño, no lo estoy.
(y las peores heridas son autoinflingidas)
2 comentarios:
Bendita melancolía ajena. Bendita tristeza que desgarra carnes tiernas de otros. Gritos de auxilio convertidos en belleza. Bendita poesía que transpira por cada poro de tu piel. Versos de piel. Versos de sangre. Sangrar versos.
Y sí, me siento sádico diciendo esto. Sientiendo esto, aún más.
Perdidas las alas, las piernas, los brazos, los dientes y hasta la última víscera, siempre quedarán los(tus) versos.
Nadie rescata a las Valkirias cuando caen, porque nunca lo hacen. Nunca del todo. Siempre quedará su poesía. De piel. De sangre. De su propia piel. De su misma sangre.
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