lunes, 24 de junio de 2013
Inmolación
Ella y yo éramos mariposas nocturnas.
Queríamos morir a la luz de una vela. Porque nuestras alas de colores eclipsaban la chispa de un aliento inquieto.
Revoloteábamos, frenéticas, buscando la ventana abierta al aire de un verano tardío o el fuego en el que hundir la lengua. Queríamos morir en luces ajenas, para tapar la nuestra y que así, lo obvio, pudiese ser descubierto, por sorpresa.
Éramos señoras de la noche porque la luz del amanecer nos hería, haciendo jirones nuestras coronas de flores. Dejando una cama ajena llena de pétalos marchitos. Huyendo a casa, con las alas rotas, golpeándonos contra las paredes de cristal del tarro en el que nos atraparon.
Si el amanecer nos encontraba fuera de casa, en otras camas, mirando al techo, recordábamos la vela y nuestro pelo enredado quería descolgarse por la ventana, para que trepasen los lobos y se comiesen nuestras entrañas. Todo por querer ser parte de una manada.
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En el laberinto,
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