De que no puedes con tu cuerpo,
contigo misma.
De que no quieres, que da mucho más miedo.
Que quizás estés ciego y rompas a tu paso.
Y no querer seguir perteneciendo.
Esa puta sensación de no poder reponerte
de cada puta palabra que te fue dicha.
De acordarse de todo. De que duela el puto pecho,
pero físicamente, en el centro.
El asma de los que yerran.
No saber con qué cara afrontar el día siguiente.
Necesitar desesperadamente un consuelo,
un abrazo, una confirmación.
No querer afrontar ningún día siguiente.
No sé sobrevivir a las palabras.
No sé sobrevivir a las decepciones.
No sé sobrevivir odiándome así.
Esa sensación de estar encerrada en la espiral.
De no querer vivir después de haber herido a tanta gente.
De no querer vivir con estas uñas, con estos ojos, con esta voz.
Porque no puedo huir de mí misma.
No puedo encerrar al monstruo, porque soy yo.
Y siempre estoy yo, frente al espejo,
buscando el punto débil
en el que clavar el cristal.
No quiero vivir en un mundo en el que exista yo,
así.
No quiero tener esto dentro toda mi vida.
Solo desaparecer,
callar,
cerrar los ojos,
apagar todas las luces y desnudarse.
Y entonces pensar que ya no existes,
que nunca lo has hecho.
Que la gente vive y sufre sin ti.
No sé vivir con la culpa,
porque no necesito más armas de las que ya tengo.
No sé vivir.
Y debería ser lo suficientemente buena, mejor, como para hacer algo con este sentimiento
pero no lo soy.
Solo estoy rota y aúllo.
No puedo hacer más que sentirlo.
1 comentario:
Otros hubieran dicho que eso que has descrito es, precisamente, lo que nos hace humanos. Quiero pensar que todo el mundo se ha sentido así alguna vez, por lo que, o todos somos monstruos, o humanos con un monstruo dentro, o, simplemente humanos (dentro de nuestra imperfección).
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