El desconocido de ese bar de miércoles pasadas las dos de la madrugada se hace el duro.
Ella, ofendida, porque cada vez que entrega el mecanismo de sus piernas, entrega también el de su corazón, mueve ficha entrando en un juego que nunca le ha gustado (igual que no le gusta el sabor del alcohol que bebe con tanta avidez).
- Sé que duermes solo la mayoría de las noches.
- Y tú -responde él con media sonrisa, conociendo el juego a la perfección.
- Sí, pero yo lo hago las noches en las que me valoro lo suficiente como para ir a casa sola, y masturbarme.
Ella le guiña un ojo y se va, con el vientre ardiendo y la lengua inquieta, pero con los tacones anclados en la puerta, en la calle y en su cama, fría y enorme. No hay vuelta atrás.
A veces solo se entra en el juego para quemar el tablero.
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