Las paredes de la sala, pintadas de un azul muy poco discreto, se impregnan del olor de la tela sucia del sofá, de los cigarrillos pasados y del ron derramado sobre las baldosas. Es una psicofonía olfativa, seguro que tiene un nombre concreto, pero no nos importa. Los fantasmas de estos días quedarán impregnados en las paredes, para que, en el futuro, aquel que entre, huela cada momento de encierro y pensamiento que se impregnó a esa pintura azul tan poco discreta.
B. piensa en lo que ama, y cómo lo que le está matando no tiene nada que ver con lo que ama. Se mata a sí mismo, que está muy lejos de ser ella, que es lo que debería matarle.
No piensa en su voz o en su pelo recogido. La parte de ella que le debería matar son sus ojos, y sus gemidos; la piel de sus muslos y su aliento sobre el cuello. Su risa, cambiaría todo eso por su risa, que mata tanto más en cuanto que él no tiene esa fuerza para sacar del nudo de la garganta tanta luz.
Las paredes, años después, siguen contando la historia del tabaco, el alcohol y los desperdicios humanos de B.. No sabemos si murió o no, si nos ciñésemos a lo que narra ese azul tan poco discreto, ya estaba muerto mucho antes del tabaco, el alcohol y el sudor, el semen y la saliva. Quizás ella le devolvió la vida solo para matarlo después. Quizás le dejó vivir. O quizás siguió matando lo que quedaba de su cuerpo él solo, torturándose con el recuerdo de aquella que amaba y que no estuvo lo suficiente como para dejar su aroma entre estos muros que tan vagamente esclarecen el fin de B.
Ella, por su parte, en ropa interior, en el sofá, en una sala de cortinas verdes, muy discretas, pensaba que B. tenía la fuerza suficiente para matarla -y amarla-, y era feliz.
No sabemos qué pasó, porque sus cortinas eran muy discretas y no han querido hablar.
...Porque de todas las cosas que te matarán, lenta o rápidamente, es mucho mejor ser asesinado por un amante.
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