Esa sensación de paz, de tarde domingo en la que el tiempo queda suspenso y no hay nada por hacer; supongo que es eso lo que hace que esté así, como ausente, tranquila y desconectada. Hasta de mí misma.
Comer, dormir, hablar, pensar, vivir... han perdido el sentido temporal que tenían antes. Ahora son momentos puntuales en medio del agua en el que floto. Los días no están estructurados, solo pasan y no podría decir ni cómo.
Es el calor que detiene el paso del tiempo, de los acontecimientos. Solo estoy, y a veces me río y a veces no, pero no duele. Solo es estar.
Supongo que es la antesala de algo, de algo mejor, espero. Pero no está mal. Solo-estar.
Las noches tienen a veces esos destellos de carcajada, esos destellos de soledad. Da igual. He aceptado la vida. He aceptado la corriente y ni nado en contra. No me he aceptado a mí ni a mi entorno. De eso se trata; siempre tiene que haber algo que nos mantenga alerta, en lucha.
Miro seria, estoy en otro sitio, en ninguno. No tengo resentimientos ni anhelos. Solo ansias de un presente que está suspenso. Por eso estoy en otro sitio. Es hora de vendarse, en ello están todos. Yo miro al cielo, estoy bajo el agua. Verde que te quiero verde, barandales de la luna.
Y dejar marchar, soltar una mano, una sábana. Se agita al viento, darse la vuelta, sin mirar atrás, porque el corazón se rompe solo si te permites tenerlo
al aire.
Se puede estar muerto y respirar. A veces nos clavamos más profunda la espada, para romper lo que tengamos dentro. Y a veces es lo único que queremos. Ser el reflejo de la luna en el agua, que nuestra historia se cuente mientras nuestros ojos de plata miran al cielo, bajo el agua.
Nos matamos para que otros no lo hagan. Nuestra historia más triste.
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