viernes, 28 de junio de 2013

Nocebo

Tengo un grito lejano enterrado en el pecho. Retumba mi voz en el abismo abierto por las montañas desiertas.
Tengo frío en las piernas. Una sonrisa eterna, que está doliendo de ser tan grande y tan falsa.
Música suave en los oídos. El corazón llenísimo, a punto de estallar.
Quiéreme, ¿me quieres ya?
Mira que rota estás, no tienes los ojos tan bonitos como para estar tan jodida. No eres lo suficientemente simpática. No follas tan bien.

Mírame, sé hacer piruetas al borde de este acantilado.
¡Que te vas a matar!
Huir no solo es de cobardes, es de malas personas. Justo como tú, ¡qué coincidencia!

Y aún resistes, que te lanzaste, espada en alto, contra el muro. Pensaste que la caída te mataría. Pero no. Ahí sigues. Es el peor momento: cuando estás metida en la bañera, a las seis de la mañana, abres los ojos. Sigues viva, y hay que afrontar la realidad, hay que quitarse la ropa, meterse en la cama, que pase el tiempo y pasen las personas que quieres, que hieres. Esperas la guerra para que la sangre sea ajena, para poder salvar a otros, para ser carne de cañón.

Tengo un grito lejano en los oídos. Una batalla sin declaración de herederos. Qué será de mí, o siempre de nosotros, para que sea tan impersonal que pueda huir en otro nombre.

Tengo frío en la cara. Quiero un abrazo, y un beso. Me siento fea si me tocan, pero se me va este frío. También me siento fea si no me tocan. ¿Lo entiendes? Es siempre así.
Tenemos las piernas para andar. Los ojos para mirar. Las manos para aferrarnos. El corazón para ser mejores. Escucho mis latidos y no suenan mucho mejor. Me estropeo con el tiempo, maldito engranaje esclavo.

Mira qué tonta eres, que no quieres afrontar tu propio reflejo. No tienes las uñas tan largas como para poder hundirlas en tu pecho. Ni los labios tan bonitos como para besar con veneno. No ríes tan suave.
Levántate, gilipollas, deja de mirar al cielo con los ojos vacíos. Tienes la maldición, la luz, la lengua de Casandra, la cabeza de Ophelia. La maldición, la fuerza. Ángeles caídos. No se va a abrir el cielo, no van a rescatarte y a llevarte arriba. Los de allí ya se fueron, vive con o sin ello. Tienes esta tierra, a veces infierno, a veces el recuerdo del paraíso. Deja de mirar al cielo con esos ojos tan abiertos, de tragar el sol por ellos.
Ícaro, el niño idiota, el niño valiente. Arde, levántate y arde, llevando tu melena en llamas por bandera. Tu corazón en la mano, late igual que todos, no hay señales de humo. Todos morimos, importa el cómo, el porqué. Muere cayendo al mar, siendo el guerrero que quiso llegar al sol. El espacio exterior es frío, solo Ícaro podía morir ardiendo, llegar lo suficientemente lejos. Diremos que su cadáver se perdió en el mar; por no decir que sigue allá fuera, libre.

Una vez encerré a esta desconocida en una caja, a golpe de lengua, de muslos, de alientos. Hoy la encierro como una madre que acuesta a un hijo, como se le cierran los ojos a un muerto. Buenas noches, monstruo. Nadie te ha dado vela en este, tu entierro.

Soy solo un hombre.

"Que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar,
que me recuerde la urgencia de actuar.
Parce que moi je rêve,
je ne le suis pas"

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