domingo, 23 de junio de 2013

No es opcional

Sin prisa por vivir, por morir. Empujando las horas de un domingo, que hasta con sonrisas tienen garras. Con ganas de un abrazo, otro, otro. Magia, el mago.
Con todos los puentes ardiendo y todas las cuerdas cortadas.
Sí es verdad que querías ser la princesa que quería ser rescatada. Por eso quemaste los cimientos, derruiste la torre, heriste tu carne; para que tu deseo muriese asfixiado por el humo y la sangre. Quizás no puedas evitar soñar y creer mejor, pero puedes arrasar todos los campos y cielos que te den esa esperanza, para quedarte sola contigo misma, y conocer ese lado gris, ni negro ni blanco, que tantísimo te duele. Ni buenos ni malos. Obligarse a estar, enterrar los pies en la arena, no tener a qué agarrarse.
Así se aprende a andar.
Duermes para no tener que vivir, es el único lazo que te queda, la puerta de salida. Da igual, cuando estés despierta la realidad valdrá el doble. Así funciona. No se puede dormir para siempre. Te estamos esperando cuando despiertes. Tu trabajo es buscar el interruptor a tientas, encontrar esa chispa que cambie las cosas de color, que abra los ojos, los nuevos, y devuelva el ritmo al corazón. El ritmo propio, no el de otros; latir uno mismo. Dejar de coordinar la vida, la voz, las sonrisas... somos nuestros. Es la gran tragedia.
Cortadas las cuerdas corremos, fingiendo que sabemos qué es lo que estamos haciendo, fingiendo que no tenemos miedo al golpe, diciendo que podremos con ello, cuando ni siquiera imaginamos hacia dónde vamos. Perdemos el control y las riendas, la muerte no es opcional. Sin cuerdas, el golpe tampoco. Tu trabajo es buscar ese interruptor dentro de la cabeza que calme tu mente, que no se repugne de tu propio contacto y voz, y aceptarse, aceptar que no vamos a morir solos, que nosotros estamos ahí, detrás de nuestro ojos que solo quieren ver a otros; detrás de nuestros labios que solo quieren tocar a otros. Detrás del piloto automático de nuestro cuerpo estamos nosotros, aullando de dolor, arañando los blandos barrotes de nuestro cuerpo autómata, queriendo gritar, queriendo tomar el control de nuevo, para que cuerpo y mente sean uno: sentir de verdad, vivir de verdad. Uno mismo, en su vida... sin tener que sujetarse en nadie para levantarse, porque nuestras piernas tienen fuerza suficiente. Tomar el control. El golpe no es opcional, pero podemos aceptarlo con valor y sin tratar de aferrarnos y arrastrar a todo aquel que se nos acerque lo suficiente.
No tengo prisa por nada más que por todo aquello que me aleje de mí misma. Pero busco a tientas, desesperadamente, el puto interruptor. Quizás, con suerte, cuando se de la luz, vea que no soy tan horrible como recordaba. O que he crecido y ahora la sombra no es tan grande como para ser engullida por ella.

El valle de los avasallados somos nosotros mismos. Propios vasallos de nuestras mentiras, para que no nos duela ser monstruos.




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